Noemí: De la amargura a la esperanza
El relato de la vida de Noemí se encuentra en el libro de Rut, el cual se narra en los tiempos de los jueces, tiempos de una desintegración total. A causa de sus pecados, Dios había enviado hambre a la tierra de Canaán.
“También quebrantaré el orgullo de su poderío, y haré sus cielos como hierro y su tierra como bronce. Y sus fuerzas se consumirán en vano, porque su tierra no dará su producto y los árboles de la tierra no darán su fruto”
Levítico 26:19-20
Debido a esta situación en Belén, Elimelec decidió partir hacia Moab junto a su esposa Noemí, y sus dos hijos. Al parecer, en Moab había suficientes víveres, pero era un país pagano. Debió costarle mucho a Noemi dejar a sus familiares y amistades, pues era una mujer amorosa y agradable, como su mismo nombre lo dice, pues significa “mi gozo”, “mi dicha”, “agrado del Señor”. Ella era una mujer del pueblo de Dios, una mujer de fe.
Elimelec hubiera podido esperar en Dios, como hicieron muchos de los que se contentaron con lo que tenían. Hubiera podido preguntar y establecerse en alguna región, en alguna tribu de Israel que estuviera cerca de Moab. Al moverse, no hizo la voluntad de Dios, pues era hebreo y como tal tenía la promesa de que en épocas de hambre tendrían abundancia:
“Teman al Señor, ustedes Sus santos, pues nada les falta a aquéllos que Le temen. Los leoncillos pasan necesidad y tienen hambre, pero los que buscan al Señor no carecerán de bien alguno”
Salmo 34:9
A pesar de esta verdad, él se fue a una tierra donde no honraban a Dios.
Debemos tener mucho cuidado con la impaciencia y salir del lugar de donde el Señor nos ha enviado a pesar de que surjan situaciones que no sean de nuestro agrado.
Para aquellas que están casadas, las decisiones que tomen nuestros esposos, sean correctas o no, siempre afectarán a la familia completa. Es por esto que una de las oraciones diarias que debemos hacer por nuestros esposos es para que el Señor les dé sabiduría en la toma de decisiones, y que puedan responder en obediencia.
Noemí quedó viuda. No me imagino cuán difícil debió ser ese momento para ella: estar en tierra extranjera, con dos hijos, y ahora teniendo que afrontar nuevas responsabilidades. Cuánto sufrimiento debió tener al perder a su amado.
Sus hijos, en vez de ayudar a su madre viuda, se casan con dos moabitas. La ley judía prohibía el matrimonio con extranjeros, algo que trajo más sufrimiento a la vida de Noemí. Pero Noemí quiso a sus nueras y mantuvo una relación afable. Me imagino que con el único interés de que vieran en ella al Dios que amaba, para que ellas también pudieran llegar a amarle.
En un periodo de 10 años, sus hijos también mueren. Noemí pierde a su esposo, a sus hijos, y se encuentra en tierra extranjera donde no adoran a su Dios. Se había marchado de Belén joven, con esposo e hijos, y ahora solo tenía un vacío, dolor y tristeza. ¿Quién la consolaría?
“Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los abatidos de espíritu”
Salmo 34:18
Hemos pasado o conocemos muchas personas que han pasado o están pasando por sufrimiento. Personas que están agobiadas, en quienes vemos una necesidad de amor y dulzura. Como cristianos debemos recordar que el Señor nos manda a que llevemos los unos las cargas de los otros.
La misericordia de Dios en la vida de Noemí
Noemí amaba su pueblo de origen. Aunque Moab la había dado sustento en tiempos de necesidad, no pensaba permanecer allí, pues solo podía llenarla de gozo la tierra de donde era el templo de Dios.
El Señor tuvo misericordia de su pueblo. Regresó la abundancia, así que de inmediato Noemí regresó a su tierra de origen. En el viaje de regreso, Noemí les suplicó a sus nueras, Orfa y Rut, que regresaran con sus familias. Eran tres viudas afligidas. Noemí las animó para que buscaran la felicidad en su tierra, ya que para ellas como moabitas no lo lograrían en Belén.
Orfa se despide de Noemí y regresa a su tierra idólatra, pero Rut le dijo:
“No insistas en que te deje o que deje de seguirte; porque adonde tú vayas, yo iré, y donde tú mores, moraré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú mueras, allí moriré, y allí seré sepultada. Así haga el Señor conmigo, y aún peor, si algo, excepto la muerte, nos separa’. Al ver Noemí que Rut estaba decidida a ir con ella, no le insistió más”
Rut 1:16-18
A pesar de que Rut vio el sufrimiento de su suegra, además de sus experiencias amargas, Rut abandonó la idolatría de su pueblo y hace al Dios de Israel su Dios.
Al entrar Noemí con Rut a Belén de Judá, las personas decían: ¿No es esta Noemí? (Rut 1:19). Llegó sin esposo y sin hijos, por lo tanto Noemí pide que le llamen Mara (amargura) (Rut 1:20-21).
La amargura de Noemí no le permitía ver las misericordias y bendiciones de Dios:
- Dios conservó su vida (1:1-5)
- Dios bendijo de nuevo al pueblo de Israel y la condujo de nuevo a casa (1:6)
- Dios en Su soberanía hizo que Rut partiera con ella y la llevó de Belén de Judá (1:19)
- Dios hizo que llegara acompañada, y Rut sería parte de su bienestar en la vejez (1:22)
- Dios preservó un pariente redentor, Booz (2:1)
- Dios la lleva justo en el tiempo de la siega (1:22)
En el versículo 22 del capítulo 2 se le sigue llamando Noemí y no Mara, pues la vida de ella cambiaría con Rut. Las circunstancias cambian. Ahora Rut, con el cariño que le tenía a su suegra que ya era anciana y no podía trabajar, sale a espigar para poder traer comida para ambas, y lo hace en el campo de Booz, el cual era pariente del esposo de Noemí.
Noemí ya no estaba controlada por la amargura, y estaba dispuesta ayudar a Rut con sus consejos para que pudiera llegar en matrimonio con Booz. Por lo tanto, Booz redime la heredad de Elimelec. El Señor permitió que tuvieran un hijo “Entonces las mujeres dijeron a Noemí: ‘Bendito sea el Señor que no te ha dejado hoy sin redentor; que su nombre sea célebre en Israel’” (4:14).
La vida de Noemí nos enseña cómo los planes de Dios van más allá de nosotras mismas, y cómo a pesar de las circunstancias difíciles a nuestro alrededor, todavía podemos seguir viendo su fidelidad y cuidado en medio nuestro.
Dios tenía un plan mucho mayor en la vida de Noemí, y su plan para con ella sería la bendición para nosotras hoy. Noemí tuvo el privilegio de ser la abuela de Obed, padre de Isaí, y el padre de David, los cuales están en la genealogía de Cristo, Aquel que vendría a redimir a los suyos de una vez y para siempre.
Que la vida de Noemí nos enseñe a descansar en la soberanía de Dios y a recordar que Él obra de maneras que no comprendemos en medio del sufrimiento, pero sin dejar de estar a favor de los suyos. En Él tenemos esperanza.
(Este artículo fue publicado originalmente en Coalición por el Evangelio)