La mujer samaritana: del rechazo a la esperanza
Quisiera caminar junto a ti mientras tienes tu Biblia abierta en el capítulo 4 del Evangelio de Juan. En el relato del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, descubriremos verdades acerca de nuestro Señor y Salvador. También veremos cómo la historia de la samaritana nos lleva a ver la realidad de nuestros corazones y la gracia de Dios nos da esperanza.
Una conversación oportuna
El encuentro de Jesús con la mujer samaritana toma lugar en Samaria. Los habitantes de esa ciudad eran conocidos como samaritanos, una raza mestiza conformada por judíos y gentiles. Ellos habían llegado a mezclar la religión judía y la adoración al Dios verdadero con los ritos de pueblos paganos. Esto produjo el rechazo de los judíos, hasta el punto en que cuando los judíos realizaban un viaje entre Galilea y Judea, muchos de ellos cruzaban el rio Jordan dos veces para no cruzar por Samaria, que era una ruta mas directa.
El asunto llegaba a tal extremo, que un judío no podía tener ni siquiera una conversación con un samaritano, y tengo que sumar a esto el hecho de que era mal visto que un hombre hablara con una mujer que no sea su esposa en un ambiente público.
Las samaritanas tenían por costumbre ir juntas a recoger agua al pozo, pero en esta ocasión vemos a una mujer que estaba sola. Esto podría pasar desapercibido, pero en su visita solitaria vemos que tal vez ella era rechazada por su gente debido a su vida de pecado.
Jesús de seguro la sorprende al dirigirse a ella. Él comienza una conversación oportuna, sencilla, cuando los dos se encuentran en el pozo. Jesús aprovecha que el pozo era hondo y no tenía forma de sacar agua, para decirle: “Dame de beber” (v. 7). No fue un pedido ni una sugerencia. Jesús lo dijo como un mandato, aun sorprendiéndola porque un judío no podía compartir los utensilios con un samaritano y menos con una mujer. Esa actitud decidida de Jesús me hace preguntar: ¿somos intencionales en tener conversaciones oportunas para presentar las buenas nuevas de salvación?
La mujer samaritana le lanzó una pregunta directa: “¿Cómo es que Tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (v. 9). La respuesta de Jesús es clara: “Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a Él, y Él te hubiera dado agua viva” (v. 10). El Señor concluye con absoluta claridad: “Todo el que beba de esta agua [la del pozo] volverá a tener sed, pero el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna” (v. 13-14).
La conversación que continúa entre Jesús y la mujer samaritana nos deja ver que ella no entendía bien a lo que Él se refería, como sucede muchas veces con personas que —antes de arrepentirse de sus pecados— no pueden entender la grandeza del ofrecimiento de Jesús.
“Es hermoso ver cómo solo Dios puede buscarnos cuando somos rechazadas aun por las personas mas cercanas”
Dios busca a una mujer rechazada
La mujer buscó que la oferta de Jesús afectase aquello que más le molestaba a ella; es decir, el rechazo de las otras mujeres cada vez que ella necesitaba sacar agua del pozo. Por eso le dice: “Señor, dame esa agua, para que no tenga sed ni venga hasta aquí a sacarla” (v. 15). Al igual que ella, ¿cuántas veces nosotros también nos equivocamos al no entender con claridad el ofrecimiento del Señor, y lo enfocamos solo en nuestros temores y sinsabores cotidianos, sin considerar el valor trascendente y poderoso de lo que Él nos ofrece?
Jesús no iba a dejar a esta mujer en la incertidumbre o buscando aplicar su ofrecimiento en la circunstancia equivocada. Por el contrario, Él la llevará a entender a qué se refiere porque conoce a la mujer por completo. Él sabía la situación en que ella se encontraba y le dice cosas específicas para darle convicción de pecado: “Él le dijo: Ve, llama a tu marido y ven acá” (v. 16). Las palabras de Jesús hicieron que todo el terrible pasado de esta mujer pasara por su mente, y por eso no duda en negarlo y decirle a Jesús, Dios omnisciente, que no tiene marido.
Jesús no la condena inmediatamente, sino que le dice: “Bien has dicho: ‘No tengo marido’, porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad” (v. 17). La samaritana se sorprende en ese instante al descubrir cómo Él conoce toda su vida. Comienza a entender que Jesús está hablando de un agua espiritual.
Es hermoso ver cómo solo Dios puede buscarnos cuando somos rechazadas aun por las personas mas cercanas. No importa qué pecados has cometido o si quizá crees que eres una mujer moralmente buena, la realidad es que todas nacemos con el pecado original que nos destituye de la vida eterna (Génesis 3, Romanos 5). Sin embargo, solo por gracia y misericordia, Dios envió a Su Hijo Unigénito a morir, ser sepultado y resucitar para ofrecer perdón de pecados y vida eterna para los que se arrepienten y creen en Él como su Señor y Salvador.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna”
Juan 3:16
Esperanzada y transformada
Aunque la samaritana quiso excusarse detrás de la religión de sus padres, Jesús la lleva fuera del aquí y del ahora en esta tierra, y hace que ella mire a lo eterno sin sectarismos. Por eso le dice: “Dios es espíritu y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad” (v. 24)
Ella conocía que el Mesías vendría y que declararía todo. Sin embargo, ella no sabía que estaba frente a Él y lo primero que le declara no son asuntos misteriosos y religiosos, sino la realidad de su propia vida. Jesús no se oculta ante esta mujer, sino que una vez más le habla con absoluta claridad y le dice: “Yo soy el que habla contigo” (v. 26).
“Hay esperanza en nuestras vidas cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y reconocemos a Cristo como nuestro Señor y Salvador”
Esta mujer, que había vivido muchos años rechazada por ser samaritana y también pecadora, encontró así la esperanza en Cristo: el único que no negó lo que ella era en realidad, pero que era capaz de perdonar lo imperdonable y hacerla nueva para vivir una vida diferente y tener la esperanza de una eternidad en el cielo.
Después de que los discípulos llegaron al lugar, ella dejó el pozo y su cántaro. Su propósito era ir donde los varones samaritanos de su pueblo para que ellos vinieran a ver a Jesús. Ella no podía callar y dejar de contar tan asombroso acontecimiento de perdón de pecados y transformación de vida. No era algo teórico o religioso, sino algo que ella misma había experimentado.
Podemos ver que la respuesta de una verdadera creyente es contar de lo que había vivido, dando testimonio de que había sido librada del pecado y la condenación a través del perdón. Ya su carga estaba eliminada y no tenía vergüenza de contarlo porque había sido perdonada. La samaritana no escondió su pecado, ya no había vergüenza en ella, ya todo estaba perdonado por medio de Jesús.
El resultado de este testimonio poderoso fue que “de aquella ciudad, muchos de los samaritanos creyeron en Él por la palabra de la mujer que daba testimonio, diciendo: ‘Él me dijo todo lo que yo he hecho’” (v. 39). La vida transformada de la samaritana fue evidente entre los samaritanos y ellos corrieron hacia Jesús. Finalmente, “decían a la mujer: ‘Ya no creemos por lo que tú has dicho, porque nosotros mismos le hemos oído, y sabemos que Este es en verdad el Salvador del mundo’”. La vida rechazada, pero ahora transformada, de la mujer samaritana sirvió de testimonio para que muchos otros viniesen a los pies del Señor.
Que la vida de esta mujer nos enseñe a ver la benevolencia del Señor hacia mujeres rechazadas por su origen de nacimiento y el pecado en ellas. Hay esperanza en nuestras vidas cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y reconocemos a Cristo como nuestro Señor y Salvador. Así somos transformadas, convertidas en testigos a otros de la libertad en Cristo. De hecho, quien escribe este artículo también fue una samaritana de esta época, pero ahora es libre en la esperanza de Cristo, transformada por el evangelio. A Él sea la gloria.
(Este artículo fue publicado originalmente en Coalición por el Evangelio)